Ir al contenido principal

El extraño caso de Angelos Charisteas


Con fecha 4 de julio de 2004, en Lisboa, Portugal, estadio Da Luz, ante 62.865 espectadores, un trovador del gol de origen griego comandó a su país al hito futbolístico más importante de su historia.

Angelos Charisteas nació un 9 de febrero de 1980, en el pueblo de Strymoniko, ubicado en la unidad regional de Serres, en el norte de Grecia. Por aquel entonces, Constantinos Karamanlís culminaba su periodo como primer ministro de la nación. El líder del movimiento de centro derecha Nueva Democracia fue amo y señor de la política griega durante el siglo veinte, llegando a totalizar quince años como prime minister y otros diez como presidente.

El caudillo de ceja gruesa tenía un sueño que consistía en la inclusión de su país en la Comunidad Económica Europea. Se llenó la boca hablando sobre la necesidad de europeizar el antiguo territorio helénico, desempeñando un rol clave en la entrada de Grecia a ese selecto grupo que miraba de arriba a abajo para elegir con quienes hacer negocios, aceptación que se materializaría ese mismo 1980.

Para aquel año también ocurría otro hecho relevante en la política internacional para Atenas, porque se pusieron en la buena con los “bad boys” de la OTAN, tras haber retirado sus tropas de apoyo en 1974, producto de la invasión turca a Chipre, en el marco de la “Operación Atila”. Alegaban que dicho organismo internacional se lavó las manos, cual Poncio Pilatos, ante el descaro de los otomanos de apropiarse de tierras que no eran suyas.

Angelos llegó al mundo en un momento clave para el fútbol griego, porque la selección accedía por primera vez a una competición adulta internacional en la Eurocopa de 1980. Tras sortear una Clasificatoria en la que superaron a Hungría, Finlandia y la URSS, se metieron en la fase final que incorporaba a los ocho mejores del continente. Ahí caerían ante Holanda y Checoslovaquia, mientras que en el último juego rescatarían un punto ante los alemanes occidentales, que a la postre serían campeones.

El deporte rey era querido por sus compatriotas, pero evidenciaban una clara inferioridad respecto de otras federaciones, no solo a nivel de selecciones sino que de clubes también. El Panathinaikos había alcanzado la final de la Champions una vez, pero se había encontrado con el Ajax. De ahí en más, la vida útil en el juego de balón para los helénicos había sido solo de agraz. Y El Ángel Griego creció con ese karma. “Tranquilo amigo, si nosotros jamás vamos a ganar alguna cosa en el fútbol. No es un deporte diseñado para darnos alegrías”, fue uno de los comentarios que lo marcó durante su infancia.

Comenzó a educarse en las escuelas griegas y aprendió acerca de la virtud, la justicia, la belleza y el amor, conceptos cuyo significado fue largamente tratado por antiguos habitantes del mismo pedazo de tierra donde él se instruía. Ahí comenzó a tener una conducta eminentemente socrática y se cuestionó “¿Por qué no vamos a poder ganar un Mundial o una Eurocopa?”. Y junto a sus colegas hacía el siguiente ejercicio:

“El fútbol es un deporte de once contra once”, todos sus amigos asintieron.
“Gana el que hace más goles”, nuevamente le encontraron la razón.
“Entonces, si es un deporte donde se enfrentan dos equipos con la misma cantidad de jugadores y obtiene el triunfo el que logra meter el balón más veces en el arco contrario, ¿por qué no vamos a poder ser nosotros campeones de algo?”, concluyó el goleador.

Similares interrogantes se formuló el héroe en plena adolescencia acerca de la felicidad. “¿Qué me hace feliz?”, se preguntó. Era chico, aún tenía que conocer muchas cosas de la vida, nunca había viajado o hecho el amor, por lo que su experiencia era precaria para decidir con certeza que le generaba los estados de euforia y regocijo. No obstante lo anterior, amaba jugar al fútbol y en una cancha era el único lugar donde tenía una sensación cercana a eso que los gringos llamaban “happiness”. Fue ahí donde optó por cambiar el rumbo de las cosas.

Comenzó su periplo deportivo en el club local Strimonikos Serron, desde el cual pasó al Aris Salónika. En el cuadro de la ciudad portuaria estuvo cinco temporadas, donde destacó por su capacidad para generar ocasiones de gol propias y para sus compañeros. Dichas habilidades llamaron la atención de reclutadores de diferentes cuadros europeos, pero fue finalmente el Werder Bremen alemán el que lo fichó el año 2002.


Para Angelos pasar de la liga griega a la Bundesliga era un paso gigante. Thomas Schaaf, leyenda del club, ejercía como entrenador en aquel momento y lo había pedido expresamente. Quería armar un ataque de miedo para hacer pelea al Bayern, al Dortmund y al Leverkusen. En su primera temporada, El Ángel jugó treinta y un partidos marcando nueve goles. Como equipo cerraron una temporada discreta, pero lo mejor estaba por venir.

Para la campaña 2003-2004, el coach alemán estaba confiado. Le había gustado lo que venía mostrando el equipo el año anterior, independiente de que los resultados habían sido negativos. Fue en la pretemporada que Charisteas le llegó con su razonamiento filosófico acerca de la victoria y que nada era imposible, que siendo once contra once, ganaba el que metiera más goles y que no había que darle muchas más vueltas al asunto. El éxito dependía cien por ciento de ellos, donde si bien es cierto que el trabajo le da un valor agregado a la persecución de campeonatos, lo primordial era generar una conciencia colectiva de que esa Bundesliga se quedaría en la ciudad de Bremen.

El germano quedó anonadado con la exposición de su dirigido y le puso bencina refinada a la carrocería verde. Veintidós puntos de treinta posibles en las diez primeras fechas, posicionaban a la Die Werderaner en los puestos de avanzada. La situación continuó en la siguiente decena, donde destacaron las victorias ante el Leverkusen y el Borussia Moenchengladbach como visitantes. Asimismo, impresionó la capacidad goleadora de sus artilleros, comenzando con el habilidoso Aílton, el sobrio Klasnic, el guerrero Haedo Valdez y el artista Charisteas. Si faltaba uno, los goles los hacían los otros.

Uno de sus rivales a vencer era el Borussia Dortmund y así lo hicieron por 2-0 en Bremen. Luego, el Stuttgart se erigía como otro de los rivales a derrotar. Se enfrentaron en la sureña ciudad e igualaron a cuatro en un festival de goles y errores. Arriba eran brutales, pero había que tratar de encajar menos. Schaaf sabía que todo lo obrado se podía ir a la mierda si no se trabajaba la marca y la concentración durante los noventa que duraba cada cotejo.

Los resultados positivos continuaron y la ventaja que adquirió la banda de Thomas a tres fechas del final era de nueve puntos. Su perseguidor era el Bayern Múnich y ambas escuadras se enfrentaban con nueve en juego. Era el todo o nada. Si ganaban los de la taquillera región de Múnich, acortaban la ventaja con los punteros y le ponían suspenso a la definición del campeonato. Si ganaba la Die Werderaner se quedaba con el título. Y qué más rico que hacerlo en el mismísimo estadio Olímpico, el coliseo más grandioso de la nación.

Los caballeros de la armadura verde entraron a la cancha, agarraron sus instrumentos musicales y dieron un concierto de fútbol. Un sólo tiempo les bastó, para con goles de Klasnic, Micoud y Ailton, irse a los camarines con un 3-0 a favor al descanso. Ese sabor de obtener la primera Bundesliga y el vértigo que generaba estar a solo cuarenta y cinco minutos de lograrlo, no les hizo perder la cabeza, disputando un segundo lapso donde se dedicaron a administrar esa ventaja y ni el descuento del tulipán Roy Makaay los hizo urgirse. El loco Steinborn que pitaba ese juego le puso término tras tres de adición y la banca de los visitantes se enfrascó en un llanto de emoción que se prolongó hasta Bremen. Habían salido campeones de Alemania, dos fechas antes del final y con un registro goleador deslumbrante. Si se iban a quedar con la Liga, lo iban hacer a lo grande.


Aquella temporada el grupo dirigido por Schaaf estaba intratable. Tras el título liguero iban por la otra mitad de la gloria en territorio local, dado que tras una extraordinaria campaña se habían situado en la final de la Copa de Alemania. El rival a vencer era el Alemania Aachen, escuadra de menor categoría que había dado la gran sorpresa al posicionarse en el partido definitivo. Tras una gran primera parte en que se pusieron 2-0 arriba con goles de Borowski y Klasnic, aguantaron como pudieron a los rebeldes de vestimenta amarilla quienes descontaron y se volcaron a la obtención del empate. Fue ahí donde el todo terreno Tim Borowski metió otra vez la pelota en la red, para dejar en un mero detalle la conversión de Meijer.

Desde aquel entonces el mes de mayo de 2004 es el periodo en que se hacen odas al fútbol en la ciudad del noroeste de Alemania donde la Die Grün-weiben se encuentra domiciliada. Tras aquel doblete, Angelos se acercó a Schaaf y le susurró el oído “se lo dije profe, si ganar en este deporte no es imposible. Son once contra once y el que mete más goles gana. Es así de simple”. El germano lo miraba de reojo y le sonreía, mientras fumaba un puro cubano que traía consigo para consumirlo en el momento de las celebraciones. Los gladiadores de la escudería verdiblanca habían arrasado y se merecían innumerables festejos, tanto públicos como privados.

Charisteas acabó esa histórica temporada y se propuso contribuir para la obtención de una tercera competición. Se venía la Euro 2004 y los peripatéticos dirigidos por don Otto buscaban la hazaña. Las apuestas a que Grecia ganaba eran una a mil, independiente de que el club griego había liderado el grupo de clasificación por sobre España y la Ucrania de Shevchenko. No obstante haberlos cruzado en la ronda previa, el sorteo del torneo continental los volvió a ubicar con los hispanos, junto a la local Portugal y Rusia.

Previo a la Copa los griegos cifraban sus expectativas. “Si alcanzamos cuartos de final es muy buen torneo”, decían los fanáticos en los cafés de Atenas. Mientras tanto, en las bellísimas playas de la costa mediterránea los turistas se sorprendían cuando los locales les informaban que la selección nacional había clasificado. “No sabía que Grecia tenía equipo”, susurraban los más ignorantes. “Ah si, a mi me gusta el número ocho, ese tal Sócrates”, sostenía seguro de su aseveración un visitante británico ebrio. El problema es que el Sócrates griego era uno que había vivido hace miles de años, siendo de nacionalidad brasileña aquel jugador al que hacía referencia el confundido alcohólico inglés.

Los muchachos creían que era mejor que no los conociera nadie. Los miraban en menos y eso era un estímulo adicional. Renhagel lo sabía y trabajaría un esquema de juego defensivo, que atacara de sorpresa al rival utilizando su arma secreta, el único tipo con un par de gónadas como las de un toro, capaz de soportar todo tipo de abusos y humillaciones, pero que aprovecharía cada pequeño espacio que le dejaran los centrales rivales. Hablamos del pistolero Charisteas.

En el primer juego ante los portugueses darían el batacazo. Era la inauguración de la competición. El equipo local, favorito para quedarse con el trofeo, debutaría con un elenco de segunda categoría en el concierto europeo. El escenario perfecto para que se lucieran de entrada, sin embargo, nadie contaba con la astucia de los helénicos. Renhagel tiraba toda la carne a la parrilla, mientras Scolari se daba el lujo de dejar en el banquillo al genio Deco y a la estrella teenager Cristiano Ronaldo.

Nada más empezar el juego, una mala salida de Paulo Ferreira es aprovechada por Karagounis, quien avanzó hacia él área y ensayó un derechazo raso que dejó sin opción a Ricardo. Así se fueron al descanso y el brazuca se urgió. Al comenzar la segunda fracción dispuso la entrada de CR17 y el pequeño artista de São Bernardo. Sería el futuro mejor jugador de la galaxia quien protagonizaría las dos acciones que modificaron el resultado a posteriori. Primero, cometiéndole penal a Seitaridis para que el pelado Basinas pusiera el 2-0. Luego, conectando un córner enviado por Lucho Figo para poner el descuento sobre la hora. Así ocurría el first chapter de la tragedia lusa y la comedia griega.

En el segundo juego, los conducidos por el comandante Otto llegaron con más confianza a buscar la victoria. El rival de turno era España, uno que ya conocían de la fase previa. A los toreros les seducía dejar abrochado su pase a cuartos con un triunfo, misma situación en que se encontraban los greeks. Al final nada de eso pasó, porque al gol inicial del Fer Morientes se erigió la figura del Ángel Griego de Strymoniko, quien tras un envío largo se desmarcó de los discretos centrales hispanos, controló de pecho y gatilló de zurda al noble de Íker. El balón le pasó entre las piernas al golero, que no tuvo más remedio que maldecirse por no haber cerrado el agujero entre sus extremidades.

El último duelo era ante los descendientes de Rasputín, quienes estaban ya eliminados del torneo. Jugaban por el honor, que es algo que los rusos se toman en serio. Para ellos que provienen de una nación tan importante, la representación de sus colores es un asunto de suma relevancia, por esto es que fueron a destruir a los griegos. La sólida guarida de Nikopolidis fue vulnerada por duplicado en menos de veinte minutos. Si perdían, necesitaban hacerlo por una diferencia de un gol, dado que más de eso calificaría a la Furia Roja a octavos. En las huestes platónicas no lo podían creer, era el colmo quedar eliminados por perder con Rusia tras haberle ganado a los locales y empatado con los spanish. El descuento de Vryzas al filo del primer lapso resultó clave, porque fue la anotación que permitió la clasificación de los galanes de blanco a la siguiente ronda.

Todo bien hasta que se percataron que en el grupo B quedaba posicionada como líder la Francia de Zidane. Tremendo desafío en cuartos. En la previa de aquel duelo ni el fanático más acérrimo de Grecia esperaba que su equipo se hiciese con la victoria. Eran Le Blues, la mejor selección de Europa, al menos por plantel. Jugaba ahí el más grande volante de Europa y el crack de la Premier que deslumbraba al mundo en el Arsenal. Así es, Zidane y Henry junto a una gama de extraordinarios colegas eran el escollo a vencer por la bandita de Otto.

Antes de entrar a la cancha, Angelos le recalcaba a sus compañeros el silogismo del fútbol, según el cual el equipo que metiese más goles ganaba. Sus compañeros lo miraban incrédulos, pero las fuerzas superiores harían que ese juego fuera memorable para la historia del balompié en su patria. Tras una paridad en cero al fin de los cuarenta y cinco iniciales, la aguja se desnivelaría para el lado de los peripatéticos de Renhagel en el minuto 65. Una aventura personal de Zagorakis concluyó en un centro al área que encontró sólo al Ángel Griego, quien se posicionó de manera perfecta para empalmar la bola con la cabeza y dejar sin opción a Monsieur Barthez. Con eso le bastó a los del Mediterráneo para materializar una nueva hazaña en aquella competición.


En semis chocaban con los checos, quienes venían de derrotar a Holanda y Alemania en fase de grupos, mientras que en octavos habían pulverizado a Dinamarca por 3-0. Los bandidos de Praga liderados por Nedved, tenían un escándalo con su foursome brutal en ataque liderado por Pavel, quien se hacía acompañar de Rosicky, Koller y Baros.
“Ahora los quiero ver”, decía un hincha no vidente a las afueras del estadio.

El partido encontró nuevamente una Grecia ordenada defensivamente que rechazaba cada uno de los embates de su rival. Los ex checoslovacos pretendían cerrar el cotejo en el tiempo reglamentario, pero no contaban con la astucia espartana de los amigos de Angelos, quienes lesionaron a Nedved y se las ingeniaron para llevar el partido al alargue.

En esa Copa se aplicó el “Gol de Plata”, que implicaba que si uno de los dos equipos convertía dentro del primer tiempo del alargue ganaba el match. Por tal razón, los greeks se volcaron al ataque en busca de la hazaña, mientras los caballeros de blanco del este europeo evidenciaban un cansancio impensado. Fue ese empuje de los liderados por Don Otto el que les trajo una impensada recompensa, cuando se acababan los primeros quince de la prórroga. Un centro de Basinas servido desde el córner, encontró la cabeza del Hércules de la defensa, Traianos Dellas, quien cabeceó directo a la red y ubicó por primera vez en su existencia a su país en el last game de una competición de fútbol.

Al comenzar la cita continental en territorio luso jamás imaginaron en alcanzar la final. Lisa y llanamente habían selecciones muchísimo más poderosas, por lo que alcanzar aquella instancia era ilógico. Sus filósofos, que en la Antigüedad habían creado numerosos escritos hablando de la lógica, eran contrariados por sus compatriotas un par de milenios después. Los ciudadanos despertaron aquella mañana y se tuvieron que frotar los ojos un par de veces y golpear palmadas en la cara para efectivamente confirmar que estaban despiertos y que aquella tarde Grecia jugaría la final de la Eurocopa en Portugal.

Por el otro lado de la llave cabalgaban los locales, que venían de dejar en el camino a Inglaterra y Holanda, dos pesos pesados en el continente. Eran inmensamente favoritos, no solo porque estaban en casa ni porque tenían jugadores de muchísima mayor calidad que sus oponentes, sino que venían jugando muy bien. Salvo aquel duelo inaugural, sólo cosechaban triunfos los dirigidos por Scolari.

El garoto no escatimó en figuras y los puso a todos. Estaban Figo, Cristiano y los ganadores de la reciente Champions con el Porto, donde destacaban Deco, Maniche, Ricardo Carvalho y Paulo Ferreira. Era un duro escollo el que enfrentaban Charisteas y sus camaradas, pero nada era imposible. El centrodelantero se tenia fe. Había hecho goles importantes y sentía la responsabilidad de darle una alegría a los diez millones que hinchaban por ellos. Ya había conseguido un milagro conformando el plantel del Werder Bremen que ganó la Bundesliga, por lo que de hazañas ya sabía el hombre.

Al echarse a rodar el balón, ambas escuadras exhibieron su mejor repertorio. Portugueses proponían en ataque y los griegos se replegaban, generando un obstáculo difícil de superar para los lusos. Todo transcurría normal hasta el minuto 57.

Cree Angelos que reunidos los grandes eruditos de la cultura helénica, tras mucho debatir y reflexionar acerca del sentido del deporte que estos bárbaros practicaban, llegaron a la conclusión que el hecho de que Grecia obtuviera el triunfo y se llevara la Copa al Partenón, era una situación que definía perfectamente el concepto de felicidad. “Tanta paja mental que nos dimos en cada reunión para darnos cuenta que un tipo es feliz cuando gana un partido de football”, reflexionaba el virtuoso Aristóteles.

Sea como sea, volviendo a ese mágico momento, fue el alopécico Basinas quien envió un teledirigido desde la esquina derecha, calculando perfectamente para que el centro llegara al corazón del área. El 9 vio la bola venir y se la jugó. Era el todo o nada. Sintió que la esférica se acercaba en cámara lenta y vio una oportunidad única para convertir mediante cabezazo. El tipo se elevó, lo acechaban Ricardo Carvalho, Jorge Andrade y el golero Ricardo, pero no pudieron impedir que Charisteas metiera un golazo con la frente en alto, poniendo a Grecia a ganar esa final.

Se desató una locura total en el estadio. La banca griega festejaba con alevosía la obra de Angelos, unos pocos locos hacían lo mismo en las gradas, mientras el recinto deportivo permanecía en un silencio sepulcral escuchando a sus rivales celebrar y la paranoia se apoderó de los presentes. No se podía repetir la misma historia, el título era demasiado importante para la gente, dado que era el primero a nivel adulto y qué mejor que conseguirlo en casa. Sin embargo, eso a los peripatéticos de Renhagel les daba lo mismo. Se sentían bendecidos por los dioses del Olimpo y dejarían todo lo que tenían para mantener su ventaja.

El resto del duelo fue un asedio permanente de los portugueses, que culminó en sólo intentos infructuosos. El cara de pájaro lo había logrado. No lo creía él, ni sus compañeros, ni los aficionados. “Como agarramos tanto vuelo”, se preguntaban en la interna del camarín campeón. Ni ellos tenían muy claro qué significaría para sus carreras o para la historia reciente del país, pero habían sorprendido al mundo entero coronándose como ganadores del continente. Muchos de ellos bromeaban que debían desenterrar a Homero para que escribiera un libro acerca de la hazaña lograda en terreno luso, sin embargo, entre las humoradas había algo de cierto: dicha proeza era su mayor logro deportivo de todos los tiempos.



Actualmente, el nueve goleador ha sido venerado unánimemente por jóvenes y viejos, tipos de izquierdas y derechas, colorines, morochos y rubios. Angelos es el último semidiós, es decir, una figura mitológica humana descendiente de un Dios y un mortal. Se sentía tocado por la magia de Zeus, en una de esas también era hijo de éste, que de su pene dio vida a buena parte de la mitología nacional. Como sea que haya sido concebido Charisteas, los resignados fanáticos helénicos, acostumbrados a los sinsabores del fracaso fuera de sus fronteras en el fútbol, no olvidarán nunca a uno de los suyos, a uno que le hicieron creer que cualquier éxito era imposible, pero que se cuestionó lo que los antepasados le daban por cierto, filosofó y resolvió que al ser el balompié una disciplina de once contra once que gana el que mete más goles, alcanzar la meta es más fácil que lo que uno cree. Él lo hizo, habrá que confiar no más.

Comentarios